LA NO ÉTICA DEL MAMBO
Septiembre 9 de 2013: Gloria Zea, directora para entonces
del Museo de Arte Moderno de Bogotá MAMBO, escribió: “Ángel querido: Me dirijo
a ti con el fin de invitarte a realizar una exposición retrospectiva de tus
pinturas en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, muestra que se llevará a cabo
el primer semestre de 2015. Esta exhibición constituirá un honor para nosotros
y para nuestro público y una gran oportunidad de conocer una parte
significativa de tu gran trayectoria”[i]. Comunicación esta, que de primera
mano genera un efecto de conmoción sobre el artista, en la medida en que luego
de una prolija intervención en el campo artístico y académico, superior a los
cincuenta años, encuentra en ella, el reconocimiento por parte de una
institución que en ese momento ya venía de “capa caída”, en cuanto a la
ambigüedad manifiesta en su orientación y parámetros que le guiaban. Tanto que
se había visto obligada a apelar para sus proyectos a los nombres y obra de
artistas deliberadamente ignorados con anterioridad. Ángel Loochkartt acoge la
deferencia con entusiasmo, se da a la tarea paciente de catalogar, documentar,
hacer registros fotográficos, así como contactar a los coleccionistas
poseedores de su obra, con el fin de articular una muestra capaz de evidenciar
los diversos momentos de su larga carrera como pintor.
Julio 8 de 2014 (diez meses después de la primera carta):
Gloria Zea, aún directora del MAMBO, escribe: “Estimado Maestro: recibí tu
carta en la que me comentas los adelantos con tu exposición. Sin embargo, te
quiero contar que este año ha sido muy complejo para nosotros (…) Por tal
motivo, nos vemos en la necesidad de aplazar tu exposición hasta el 2016 (…) A
finales de este año podemos coordinar la fecha para el 2016”[ii].
El artista
actúa comprensivamente ante esta misiva y abre un compás de espera que le
permite seguir trabajando y ordenando lo que será su muestra antológica. Todo
hace suponer que las cosas van por buen camino. Tan sólo se ha abierto una
brecha administrativa que altera las fechas, piensa, y de sí las palabras de la
directora se muestran muy seguras. Simultáneamente, el estudio del artista se
empieza a ver atiborrado de obra, pinturas en formatos diversos cuidadosamente
organizadas por periodos, en uno y otro lugar. El corredor de acceso, el
depósito y aún el mismo salón de trabajo se tornan disminuidos en su propia
área, pues no hay espacio para albergar toda y tanta obra.
Enero 17 de 2016: El periódico El Tiempo, bajo el titular
Cambios en la dirección de museos colombianos anuncia la salida de Gloria Zea
como directora del MAMBO, luego de permanecer en el cargo por casi media
centuria y revela el arribo de la nueva directora, la señora Claudia Hakim.
Suceso plausible que anticipa una caída más estrepitosa como suele suceder a
quienes se aferran al poder de manera ciega. Nuestro artista, sin embargo,
haciendo gala de su elegancia y discreción no se precipita, espera a que se
decante la transición en el museo y activamente continúa cocinando su proyecto
expositivo. Se encuentra tácitamente listo.
Abril 14 de 2016: Ángel Loochkartt dirige una carta a la
nueva directora, que en sus apartes reza: “He preparado con rigor todo lo
pertinente a la muestra. El Museo de Arte Moderno es la casa que anhelo para
hacer un recorrido con mi obra y entregarle una vez más al país mi contribución
a la plástica colombiana; 50 años de trabajo aportando a las bases del arte
moderno en Colombia”.
Abril 21 de 2016: Pasados ya dos años y siete meses, atrás
quedan las palabras indulgentes de la invitación inicial, ya no hay papel
membretado para la comunicación. Una persona segunda a bordo dentro del museo,
la curadora, señora María Elvira Ardila por medio de un correo electrónico se
dirige al artista y escuetamente manifiesta: “Lamento informarle que su
exposición queda cancelada de la programación. Le pido excusas en nombre del
museo y en el mío propio por el esfuerzo que usted ha hecho para preparar las
obras y la documentación”.
Largo epílogo: Emergen inmediatamente una cantidad de
interrogantes: ¿Existe realmente una política institucional dentro del MAMBO? o
¿la agenda preestablecida responde al capricho del director de turno? o algo
que salta a la vista: acaso ¿los embelecos, gustos personales e idea de arte
contemporáneo descalifican automáticamente lo que se encuentra fuera de ellos?
Lo cierto en todo esto es que se agitaron las aguas cuando ellas llevaban un
curso ordinario, se ofreció un alto en el camino en pos de un reconocimiento y
de una oportunidad para un pseudoestudio de “uno de los trayectos significativos
en el arte contemporáneo”[iii].
Falso todo el asunto. Más bien esconde la inoperancia, el
manipuleo dañino y ante todo el comportamiento anti-ético por parte de una
institución que claramente se mueve con intereses que responden a un norte
distinto al de una franja amplia dentro del hacer plástico en el país. Viable
esto último, si se piensa en una pluralidad que democráticamente permita la
convivencia dentro de la comunidad artística, pero abiertamente condenable este
acto de juego al que fue sometido un artista. Quien tal vez por su entereza
prefiera callar pero que sin duda a los ojos de otros, el hecho tiene tintes
suficientes de atropello, descalificando de antemano cualquier justificación.
Cada uno en su lugar. La obra de Ángel Loochkartt sobrevivirá mientras que por
el museo deambulará efímeramente uno que otro director. Cabría preguntarse
ahora como punto final ¿para qué el MAMBO?, ya que muchos artistas danzan con
plena propiedad al son de otros ritmos, y al hacerlo dan testimonio de su
integridad e independencia, al tiempo que son consecuentes a un ideario simple:
la vida misma.
Por: Oscar Cerón / 1 de junio de 2016
texto y fotografía tomado de material llegado a mi facebook