Kiyoto Ota presenta su último proyecto escultórico, con el
que explora la relación entre el lugar y el espacio.
Por Roberto García Hernández
Octubre 3, 2017
Tres casas de madera rodean al visitante dentro del Museo
Universitario del Chopo. Su factura impecable y aspecto tradicional evocan una
pintoresca tranquilidad. Sin embargo, al asomarse a sus interiores se hace
obvio que algo está mal. En la primera, la puerta atraviesa la casa sólo para
llegar directamente a una salida; en la segunda, lo que parece desde adentro
una puerta es, en realidad, una ventana; y en la tercera, sin ninguna
explicación, está lloviendo en el interior.
“Nave Úteruz”, 2011. Ensamble en madera de cedro blanco |
“Es una escultura, no
es una casa”, asegura su creador, el artista Kiyoto Ota. Nacido en Sasebo,
Nagasaki, en 1948, pero radicado en México desde 1972, ha desarrollado en su
obra escultórica una profunda relación con la naturaleza, donde materiales como
piedra, hierro colado o plomo conviven con elementos naturales. En sus piezas
no es extraño encontrar estructuras tubulares con ventiladores por donde corre
aire (Viento, 2011), o pesadas formas de metal cubiertas con escarcha generada
por la refrigeración (Resonancia congelada, 1997). Para Ota, la materialidad de
las estructuras se redimensiona al enfrentarlas con elementos vivos de la
naturaleza.
No obstante, va más allá con su última serie, “Úteruz”, que
comenzó en 2006. “Llegué a un cuestionamiento”, comenta el artista, “la
escultura, de todos modos, es un arte táctil, para sentir y tocar. ‘Úteruz’
viene de útero, de mujer, un espacio donde puedes sentir tranquilidad. Quería
empezar con ese tipo de escultura”. Las piezas de esta serie son estructuras de
maderas como encino, pino y cedro blanco, con un espacio interior de forma
esférica por donde se entra para experimentar el espacio sensorialmente, a fin
de recuperar la memoria del útero materno. Pero esto era apenas el principio:
“Después de varios años sentí que algo faltaba. Era la representación de un
útero, la gente entraba y sentía tranquilidad, funcionaba. Pero la cuestión es
que ‘Úteruz’ es como un lugar. ¿Cuál es la diferencia entre el lugar y el
espacio? Eso es lo que quería aclarar.”
El resultado es la exposición “3 Casas Extraordinarias”, que
podrá visitarse hasta el 3 de diciembre. Para este, su proyecto más ambicioso a
la fecha, Ota construyó dentro de la Galería Sur del Museo Universitario del
Chopo tres casas que no protegen ni acogen al visitante, que anulan su
condición de refugio, una idea que Ota llama “contraúteruz”. El artista
replanteó la relación entre lugar y espacio, un concepto desarrollado por el
geógrafo chino-estadounidense Yi-Fu Tuan, quien escribe que “espacio” tiene un
carácter abstracto, es abierto, libre y a la vez amenazante, pero al ir
conociéndolo le asignamos un valor y poco a poco se convierte en “lugar”, que
es seguro y nos brinda estabilidad. El ejemplo más claro es la casa. “Parecen
casas, claro, porque puedes entrar, pero no tienen la funcionalidad de una
casa, porque no puedes quedarte mucho tiempo, no puedes sentirte cómodo. Se
trata de cómo transformas el lugar en otra cosa. Quitas la funcionalidad de la
casa”, dice Ota, quien las construyó con el objetivo de hacerlas perder su
significado, su condición de lugar.
La primera es Casa de viento (2014), compuesta por dos
pasillos que se cruzan, por lo que carece de habitaciones. Un corredor conecta
dos puertas y el otro dos ventanas en las que se han instalado ventiladores. La
obra nació de una experiencia personal: al morir los padres de Ota hace una
década en Japón, la heredó, pero se vio imposibilitado de cuidarla. “Quedó
abandonada, me sentí mal. Casa en la que no vive nadie ya no es casa, porque se
pudre y su sensación es fría, triste”, dice el artista, “como no puedo traer mi
casa, hice algo simbólicamente, construida en madera, parecida a una casa
tradicional de Japón.”
En Casa de lluvia (2016) un mecanismo de riego hace que
llueva a cántaros en su interior. Es incapaz de funcionar como refugio. “Es
totalmente una ironía.” No obstante, pese a lo inhóspito que resulta una casa
que recibe a uno con un aguacero, se puede sentir la brisa fresca y el aroma a
madera mojada que hace de esta obra una experiencia entrañable.
Casa de Alicia (2017) es la de aspecto más común y la más
engañosa. En su interior una escalera conduce hacia una puerta lejana, pero al
subir notamos que el pasillo se vuelve tan estrecho que ya no es posible seguir
avanzando. Al examinar la casa por fuera se aprecia que aquella puerta
inaccesible era una ventana trasera. Ota manipuló la perspectiva para crear la
ilusión de profundidad. “Confiamos demasiado en lo visual, pero a veces hay
trampas”, comenta.
Aunque físicamente estas casas ofrecen una hospitalidad
limitada, el verdadero terreno en que son habitadas es más mental. Para el
artista el reto no es transformar estas construcciones físicamente, sino en lo
conceptual, volverlas otra cosa, y el propósito no es otro que la voluntad por
transformar la identidad del espectador, afectarlo. “Yo pienso que la escultura
es un recipiente de energía. Pienso que el escultor va a transformar el
material y con eso transforma el espíritu de la gente. Creo que ése es el
carácter de la escultura o del arte”, concluye Ota.
KIYOTO OTA |
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